En Chile se convocó un cabildo abierto donde participaron todos los vecinos de Santiago: terratenientes, sacerdotes, comerciantes y militares. Allí, juntos, discutieron sobre qué debía hacer Chile. Los reyes ya no “estaban de moda” y Fernando VII lo tenía claro. En 1810, fue apresado por el ambicioso líder Francés, Napoleón Bonaparte, y ante tal hazaña, con el rey preso, el vacío de poder era claro. José Bonaparte no era el rey legítimo. Ante esto, ni españoles ni colonos estuvieron dispuestos a obedecer las órdenes de un falso rey.

Para esa época, Chile era mucho más rural que hoy. La población se concentraba principalmente en sectores alejados de la ciudad, que era el centro de comercio e intercambio, además de la residencia de altos cargos como capitanes, gobernantes, corregidores, etc.

Los terratenientes criollos buscaban la autonomía para las tierras americanas que tanto amaban. Admiradores de Chile y el pueblo araucano, sembraron la semilla de la independencia con el fin de liberar del régimen colonial a esta nación.

Junto al ímpetu de José Miguel Carrera, la valentía de Bernardo O’Higgins y el ingenio de Manuel Rodríguez, Chile logró la independencia deseada, una patria soberana en donde los niños pudieran crecer y desarrollarse libremente.

No olvidemos entonces que todo comenzó un 18 de septiembre de 1810, cuando los chilenos se juntaron por primera vez.

Autor: Mateo Soriano Mella, profesor de Historia (Escuela Nuestra Señora del Carmen)